"Un hombre que no pasa tiempo con su familia nunca puede ser un hombre de verdad"
El Padrino
Fue, con soberana diferencia, el más canalla de nuestra casta. El primogénito del abuelo, el hermano mayor de mi padre, un hombre que se vestía por los pies y, se desvestía mucho.
Quiso la fortuna, que se le asignase ese papel familiar que implica las funciones de consejo y apoyo extra y cumplió ese papel como todo en su vida, hasta el límite.
Comparto con él los ojos de la abuela y el nacimiento del pelo que indica la autenticidad genética mejor que una prueba de ADN, mi obstinada autoexigencia y la capacidad de completar lo que me proponga con dedicación, esmero. Era el cocinero de la familia, heredó de su madre su mano para la cocina y de su padre el carácter, la tenacidad y un convencimiento muy profundo de que la familia siempre era lo primero y lo último.
Fue el PADRE de Rebeca y David, no recuerdo que fuera cariñoso, porque ninguno en esta familia lo es pero siempre (y cuando digo siempre lo digo hasta que duele y arrastra lágrimas) estuvo para todos y para mi.
Como abuelo de Xavier, Aida y Luis fue divertido y entregado.
Tuvo una vida más allá de la plenitud, porque se la gozó entera. Bailó, Viajó, Trasnochó, Comió y Fumó hasta el séptimo stent coronario, bebió hasta la última Navidad que tuve el honor de compartir con él, porque si a través del novio de su ex-mujer aprendí el significado de la palabra Honor; él era el Honor más grande del desastre de nuestra familia.
Todo aquel que le conociera tendrá un recuerdo de él, porque era auténtico y encantador hasta niveles de enfermedad. Tocaba la trompeta con fervor, dejó de hacerlo de continuo aunque en alguna celebración, tras varios escoceses a medias con su hermano, su hijo o su ahijada, se arrancase un par de movimientos que recuerdo con la piel de gallina, igual que las veces que me tocó serenatas con toda la banda siendo niña.
Luchó tanto y tan bien, que se fue completo, tranquilo y en paz dejándome huérfana de Padrino y sin saber a quién le puedo pedir uno de aquellos baños de realidad en los que me enseñó que nadie me iba a regalar nada en esta vida y que, quisiera lo que quisiera, tenía que conseguirlo por mis propios medios.
Antes de irse me dejó un mensaje tan grande y tan escueto como cabía esperar de él, le dijo a mi padre y hermano que estaba orgulloso de mi (y no lo estuvo de todos). A él no le pudo la debilidad de saberse al final de sus días, ¿acaso se creía la muerte que iba a poder con mi Padrino?
Si le imagino leyendo estas líneas siento dentro de mí su respuesta tras un contenido silencio cargado de sincero afecto:
"Bien, ¿quieres llevarte una botella de hierbas?".
Deus dixit.
ResponderEliminarHay lecciones tan difíciles de asimilar y todavía más de aplicar... Pero, como cuando veías las luz al entender el maldito problema de matemáticas, te sientes tan ligera cuando, por fin, pasas al siguiente nivel. A pesar de los batacazos, las lágrimas y los cachitos de corazón que se quedan por el camino, esas vivencias también somos nosotros.
¡Cuánta razón!
ResponderEliminary precisamente la que me ayudaba a dilucidar el problema de Matemáticas me ha dicho exactamente lo mismo. Lo que no sé es si voy a ser capaz de aprender.