viernes, 28 de octubre de 2022

La vida es bella

Esta es una historia sencilla, pero no es fácil contarla. Como en una fábula, hay dolor. Y, como una fábula, está llena de maravillas y de felicidad 

La vida es bella


Aprendí a los quince, a Mam le pareció que ya era hora de que dejase de aporrear sin gracia su máquina de escribir, así que me apuntó a una academia para que aprendiera "Mecanografía como Dios Manda" (o al menos eso dijo ella). 

Yo no ví a Dios ni una sola de las tardes en las que acudí a aquel primer piso en la avenida. Es más, el profesor sólo estuvo presente el primer día, explicándole a mi madre como me iba a enseñar a cargar el programa en aquel Diskette de 5 1/4 que contenía el software mágico con el que aprendería a teclear sin mirar el teclado y el otro Diskette en el que se irían guardando mis resultados. Y ya nunca más se supo, le sacó la pasta a mi madre y ni siquiera estuvo presente el día que me entregaron el correspondiente diploma con mis 360 pulsaciones por minuto con un margen de error que soy incapaz de recordar pero que se me antojó infinito por exigirme que aquella cifra que no llegaba al 2% fuera un cero limonero. 

El resultado fueron casi dos años de tardes de sol, de frío, de lluvia a veces; espero que alguien crea en que Mallorca llega a hacer frío alguna vez. La verdad es que, a veces, entre Sant Sebastià y febrero las llegamos a pasar canutas. 

- Al grano, Tela que a este paso no lo cuentas. 

Voy voy... Pues eso, Academia, las tardes después del instituto, llegar, cargar el programa durante al menos diez minutos y luego teclear y teclear... Teclear "El veloz murciélago hindú comía feliz cardillo y kiwi. La cigüeña tocaba el saxofón detrás del palenque de paja" una y trescientas veintidós millones de veces y volver a casa en autobús. 

A menudo iba andando, al principio pasaba del autobús, me gustaba mirar a la gente, contemplar sus historias, igual que lo hago en los aeropuertos. Pero una tarde de lluvia preferí coger el 14 hasta casa y siempre regresé a casa en autobús. 

El motivo iba siempre en el asiento de atrás, sin auriculares; yo ya era muy de Walkman y de gastarme la paga en pilas y me sorprendía que no hiciera nada con su tiempo. Solo, sin lectura, sin música y con la mirada al frente, ni siquiera miraba por la ventana pero cuando yo entraba en aquel vetusto vehículo, en el momento en que mi bonobús pitaba para marcar que acababa de recortarle un fragmento de cartulina al contador de viajes, miraba hacia mi y esbozaba un atisbo de sonrisa en sus comisuras. 

- No flipes, Tela... no lo haría sólo contigo. 

Qué sí, Joder! que me miraba, casi casi sonreía y volvía a su posición original y no volvía a mirar a nadie, aunque subieran al bus los Teleñecos. Y no volvía a mirarme, sólo al entrar y de ahí hasta la última parada, ¿qué cómo sé que era la última parada? porque la mía estaba tres paradas antes y me quedé muchas veces hasta la última con él. 

Jamás me dijo nada, yo tampoco y te cuento esto porque me daba pena, me intrigaba y me excitaba a partes iguales. 

- No me hagas reír, ¿todo este rato para esto? 

No, no sólo para esto, así descubrí que soy hetero, que me gustaban los chicos, hasta aquel momento no sabía, él me hizo ver. 

y de fondo podría sonar: "Fuimos chicos rebeldes" - La Granja


¿No querías un principio? pues toma... 

1 comentario:

  1. Los finales nos ofrecen muchos caminos por delante entre los que elegir. Creo que eso es lo que nos da vértigo, salir de nuestra zona de confort, aunque fuera una trampa mortal, y enfrentarnos a tomar decisiones decisivas de nuevo. Nosotras somos de esas mujeres, de las que luchan contra el vértigo y salen sacudiéndose el polvo tras los revolcones.

    ResponderEliminar

.