Me gustaría teclear esta entrada con el idioma que copa mi corazón y mi pensamiento, una lengua que tiene mil nombres, incluso algunos muy peyorativos pero a la que quiero desde el mismo sitio en el que nace y muere, de los labios de tanta gente a la que adoro.
Me gustaría hacerlo y hacerlo bien, porque así soy, porque es la única forma de ser que conozco, la que tengo; y si no lo voy a hacer bien no lo hago. Aquí es donde suena la nota discordante, la que hace que la melodía pierda su virtuosa armonía, no lo puedo hacer porque no lo hago bien, no lo hago bien porque no aprendí lo suficiente y no aprendí lo suficiente porque no me lo enseñaron y para cuando descubrí que no era capaz de escribir en el mismo idioma en el que pienso, amo y existo era demasiado tarde para corregirlo.
Escribir no es un hábito, no es algo que puedas adquirir, por mucho que lo entrenes o procures mejorarlo, si no te viene de serie, mejor no intentarlo. Así me siento, plenamente consciente de mi incapacidad para teclear en Català, la lengua que se habla en casa y en el entorno en el que nací.
Y no es algo que sea exclusivo a mi persona, lo tengo comentado; es parte de un argumento que nace de la experiencia personal, de quien estudió su infancia y adolescencia en Castellano, tratando en Català en una única asignatura que tenía menos horas lectivas que Matemáticas o Geografía. Algo completamente inherente a toda mi generación, transitiva e inadaptada. Lo mismo sucedió con el Inglés, otro idioma que aprendimos a medias, que de nada sirve si luego no te preocupas tú de darle cancha, de leerlo, de ver cine y tele. Todavía hoy soy incapaz de ver un programa de la BBC sin subtítulos (en Inglés eso sí).
El día que llega a tus oídos que, tras años de implantación de un modelo de inmersión lingüística en el que prácticamente el 80% de las asignaturas que se imparten en los colegios, institutos y universidad del territorio que te ha visto nacer son presentados en Català, que entiendes y justificas por todo lo que acabo de decir apenas unas líneas más arriba, va a ser transformado en un sistema trilingüe que divide las aulas en tres idiomas vehiculares no sólo te emocionas, crees que por fín se ha encontrado la fórmula de la chispa de la felicidad.
Un rato más tarde, descubres que los medios no acompañan en absoluto al fin; que el modelo hace aguas antes incluso de botarlo, que no hay más que ver, que se pretende atender a un alumno de 6 años al que despediste en junio con un "Fins al Setembre" en una recepción en septiembre con un "Good morning, Pablito, did you enjoy your holidays?".
Si te pones en la piel de ese alumno que está tres décadas más abajo, imaginas su incapacidad para discernir, la tortilla mental que le puedes llegar a provocar y entiendes, claro que lo entiendes, cómo no lo vas a entender, si tú también has sido ese alumno de 6 años.
Y no voy a decir nada de ver a todos mis profesores en pie contra el nuevo sistema junto a 100.000 personas vestidas de verde esperanza, esperando que la batalla política no consuma las vidas de sus hijos y alumnos como daño colateral.
Así lo veo, así lo pienso, así te lo tecleo. Espero, sigo esperando, que algún día el mar y el cielo lleguen a unirse aunque sólo sea en el horizonte.
Y como no hay 5 de octubre que pase sin gloria y este año no he podido coger un avión para celebrarlo porque las niñas vinieron a celebrarlo a casa; la canción que acompaña a esta entrada no sólo es para "la meva llengua" también lo es para "la meva Crisita".